LAS FERIAS SON ASÍ (Página nº 1260)

Si hago apenas un poco de memoria podría recordar, con pocos errores, la distribución de chozos, puestos y atracciones durante los años que el Parque del Carmen sirvió como Recinto Ferial y tenía en el último tramo de la calle Arenas la antesala de puestos diversos con turrones al corte, almendras garrapiñadas y otras fruslerías de colorido atractivo para los chavales. Pero era llegar al puesto de las berenjenas y uno ya se sumergía en el Carmen abarrotado y bullicioso en que se convertía aquel parque más bien tranquilo el resto del año.

La feria, entonces, se distribuía en hileras perpendiculares a la carretera, con angostos pasos donde las gentes se esquivaban los unos a los otros. Bajo el vivero de pinos, los chozos locales, con las barras junto a la pared y las desiguales lonas tendidas entre los árboles bajo una luz mas amarillenta que blanca, homogénea en esa zona y en contraste con la multicolor de la paralela primera tanda de atracciones donde tras el tiovivo de caballitos y los cochecitos infantiles se erguía la Noria y continuaba la Ola, con aquellos dos caballitos colgados que intentábamos coger porque suponían un viaje gratis. A los pies de la noria, por cierto, era fácil conseguir un helado con hielo raspado y coloreado con el contenido de aquellas botellitas usadas para la ocasión. Y enfrente la Tómbola.

Después en la zona del paseo central se encontraban los puestos de juguetes, una explosión de atrayentes objetos que, en su variedad y cantidad, no podían verse sino de año en año y de los que saldría el "feriado" de muchos de los niños que los recorrían ansiosamente con los ojos.

El siguiente pasillo era el de las casetas de tiro y los futbolines, y en esencia el lugar donde campábamos buena parte del tiempo los chavales, deseosos por demostrar nuestras habilidades. Y junto a la Plaza de Toros y los Galianas, aparte de algunos chozos de feriantes, las Sillas Locas, el tren de la Bruja y los Aviones compartían paso con las churrerías de Alcázar y la Estrella.

Al fondo, junto al Instituto, por supuesto, los Coches de Choque, uno de los clásicos que todavía perdura.

Y junto a la carretera, claro, también recuerdo los primeros manteros, con sus colonias, incluido el famoso "pachuli", las cartas eróticas, los preservativos y alguna cosita más que no mencionaré.

Hoy, en el nuevo recinto, más amplio, sucede igual y casi sin variación somos capaces de reconocer el lugar exacto donde nos encontraremos cada chozo, puesto o atracción, como si asistiésemos a un gran bucle temporal que siempre nos devuelve la misma feria año tras año.

*