¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO? (Página nº 1245)

Estoy mirando al mar y, a mis pies, ya hay personas zambulléndose en el agua, muchos de ellos padres que juegan con sus hijos para tornar el miedo inicial de los pequeños en un lúdico espacio de diversión. Sus caritas lo dicen todo, mudan del temor inicial a la risa nerviosa, sucumben después a la euforia y la carcajada mientras los padres asisten a esa transformación seguramente recordando que ellos mismos conocieron el mar del mismo modo, amparados por la fortaleza de un padre que les guiaba en ese primer encuentro.

¿Quién puede matar a un niño? Es curioso que algunos de ellos lo hagan a manos de sus padres, que se conviertan en víctimas del mercadeo sentimental de parejas quebradas, que pierdan la vida casi entera que les quedaba por delante convertidos en venganza de quienes, en algún momento, pensaron dar la vida por ellos.

Todos lo pensábamos. Bretón, el taxista cordobés, había matado a sus hijos porque el odio en él era más profundo que otro sentimiento. Pero ahora que la policía confirma que algunos de los restos hallados son humanos y, posiblemente, de sus dos hijos, el monstruo se evidencia en todo su explendor y nos deja desarmados ante el hecho mismo de que sus dos hijos no pudieran detener esa bestia enquistada en su mente y su corazón..

Y ahí abajo, los padres siguen jugando con sus vástagos, como yo hice hace algunos años, pensando que son lo mejor de tu vida, creyendo que cualquier cosa que les ocurra sólo te producirá un inmenso dolor, mientras ellos nos devuelven su sonrisa.