El psiquiatra forense José Cabrera, ese ubicuo personaje al que se recurre siempre que se busca la opinión de un especialista como si en España no existiera ningún otro psiquiatra forense que pudiera opinar ( y reto aquí a que me digan qué otro aparece en televisión siquiera en una ocasión aislada) ha protagonizado, por su contenido y sus maneras, una intervención a favor de la dirección del colegio en el que uno de sus alumnos decidió suicidarse con apenas once años que, cuando menos, deja mucho que desear.
Publica El Mundo el audio de una de las reuniones, a las que acude por amistad pero revestido de la fama y supuesta autoridad que le puede dar su omnipresencia televisiva, para decir lindezas como que él está allí porque le sale de los cojones, que le sobra la pasta y que todo lo que concierne a relacionar colegio y Diego es una chorrada. Pero no es lo peor, afirma que sabe todo, absolutamente todo del caso, y señala a "la dinámica familiar compleja" mientras exalta a los Mercedarios, su saber estar, su discreción que llega a extasiarle.
Yo pienso en los padres. Sin que yo me proponga erigirme en dios todopoderoso que todo lo sabe, como el doctor Cabrera, me parece que dichos padres no merecen, además de la muerte de su hijo, que alguien que está allí "por amistad" los señale como posibles culpables de un clima familiar que provocara el suicidio, y mas cuando la policía y un juez, aún, parece haber marcado otra línea de investigación no tan benevolente con el propio colegio y parecen existir testimonios de otros casos en el mismo centro que, eso sí, están por depurar y saber en qué quedan.
El doctor Cabrera está ahí por sus cojones. Dice él porque eso no basta y sin el interés y el permiso de la dirección del Centro valdrían de poco sus testículos. Más bien estará por los cojones de los Mercedarios en esa campaña depurativa de imagen que necesita ante los padres tras estar en el foco de la noticia y llenar páginas de prensa. Y tampoco le da más autoridad que le sobre la pasta, como si eso fuera un plus de criterio, objetividad y acierto, porque igual que le sobra pasta le podía sobrar, pongamos por caso, desvergüenza, intencionalidad o falsedades a "puntapala" y tanto exceso no garantiza en ningún caso la posesión de la verdad, indiscutida para él en ese papelón de infalibilidad que se arroga.
Es muy triste que el dolor no acabe con la muerte de un hijo, que aún tengan que soportar los desprecios y acusaciones de alguien que recurre, como prueba del nueve intelectual, a decir que toda la vida ha habido peleas en el colegio, que eso no es acoso. Cualquier especialista medianamente presentable sabe distinguir peleas puntuales de casos de acoso y no las igualaría jamás, pero además ningún especialista que se precie justificaría la existencia de peleas, a pesar de que ocurrieran y sigan ocurriendo, como algo que haya que normalizar hasta el punto de restarle importancia y no trabajar para que esos comportamientos vayan desapareciendo. Porque es que, según lo que dice este tipo, parece que son las víctimas los inadaptados que no asumen que es natural que se les pegue, se les insulte, se les acose y solo su debilidad para asumir lo que ocurre tendría la culpa de su situación.
Yo, sinceramente, no recuerdo muchas ocasiones en las que unas palabras me hayan indignado tanto. Trabajo treinta años con niños, intentamos atajar cualquier situación antes que se pueda consolidar una mala actitud hacia un compañero. Se nos escapan cosas, claro, sobre todo cuando suceden en espacios abiertos o fuera del centro e impera el silencio de unos y otros. Pero sabemos de la vulnerabilidad, de los liderazgos tóxicos, de la facilidad de romper equilibrios y estamos siempre intentando atajar situaciones indeseadas en las relaciones.
Pero, y vuelvo al audio, indignándome las palabras de Cabrera lo que de verdad arde la sangre es la facilidad con la que los asistentes le ríen las gracias y aplauden sus desplantes. Se percibe el colmillo, la horda, la facilidad de ponerse contra la víctima. Sinceramente, escuchando esas reacciones puedo hasta creer que los acosadores, si los hubo, se sintieran fuertes e invulnerables.
Enlace a la noticia y el audio:
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Graciano a renunciado a la concejalía.
ResponderEliminarNo vive en Daimiel, lógico.
El doctor Cabrera entona su "mea culpa" en una carta pública:
ResponderEliminarhttp://www.elmundo.es/sociedad/2016/02/07/56b61caf22601dbc038b468c.html
Si, así es. Y todo ocurre a causa de lo que escribes en el último párrafo. Yo lo llamo: los cuatros tontos que le ríen las gracias. Son gente sin corazón.
ResponderEliminarLa muerte es lo último. Hay mucha gente que no sabe cómo gestionar ese sufrimiento inducido.