Normalmente pensamos que todo está bajo control, que hemos desarrollado una autonomía personal suficiente, casi sin hipotecas, que nos permite desenvolvernos con cierta solvencia en la vida. Sin embargo, es cierto, vamos trazando una serie de hilos sentimentales, emotivos, afectivos que terminarán por salvarnos cuando, y es demasiado fácil, algo suceda en nuestras vidas que nos descubre indefensos, vulnerables, necesitados de apoyo, de que nos echen una mano, de que estén ahí incluso para cualquier menudencia aparente pero que, en determinadas situaciones, resultan poco menos que imprescindibles. Y entonces siempre hay alguien, con suerte varios, que siempre están ahí, que se ofrecen, que no escatiman su ayuda en lo que hace falta. Nos desprendemos de esa estúpida arrogancia para percatarnos que una enfermedad, un accidente, un problema, nos coloca en una posición débil, inerme, frágil que nos revela que no hay tal solvencia pero nos descubre que a nuestro alrededor hay casi siempre algunas personas que de inmediato parecen hacerse cargo de la situación y dan un paso al frente.
Posiblemente la soledad sea eso, no encontrar nadie en tu entorno cuando terminas por necesitarlos, no hallar un mínimo resquicio que ayude a afrontar esa situación que te ha ido desarmando.
Cualquier incidencia, por aparentemente leve que sea, y ya no digo si ésta puede catalogarse de mayor gravedad, te enfrenta al conocimiento de tu verdadera vida, de lo que tienes y lo que te rodea, de las personas sobre las que has ido construyendo relaciones de forma casi siempre intuitiva, y que van desde la familia a los contados amigos de verdad, pasando por aquellos otros accidentales, compañeros de trabajo, vecinos, con quienes compartimos aficiones, gustos, etc... Y lo haces porque en posición débil descubres más la relevancia que tienen en tu día a día, lo que terminas por importarles y el peso que todo lo vivido han ido marcando unos lazos intangibles pero muchas veces extremadamente fortalecidos.
Y siempre alcanzas a discernir, entre todos, a aquellos que siempre están ahí, que incondicionalmente quedan a tu lado, que no te perdonarían que dudases de su compromiso hacia ti si creyeras que les estás molestando por aceptar su apoyo, su ayuda, porque solo les mueve el afecto.
Tengo suerte, la verdad, yo he descubierto que tengo personas así muy cerca. Espero siempre poder corresponderles cuando, ojalá nunca suceda, miren a su alrededor. Quiero que puedan encontrarme allí, para lo que haga falta.
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