HAMBRE (Página nº 3231)

Hace unos días, mientras nos dábamos un bañito, surgió en la conversación el tema de la apertura de comedores escolares durante el verano. Entre los que tertuliábamos había quien creía que no eran necesarios, o que al menos no lo sería si algunas de esas familias administraran bien su economía familiar. Yo, la verdad, puedo reconocer, porque he conocido situaciones de ese calibre, que haya cierta razón en la afirmación tocando a algunos casos, pero desde luego tengo bastante claro que, incluso en esas circunstancias, los niños y niñas nada tienen que ver con esas decisiones y la sociedad tiene la obligación legal y moral de garantizar que puedan comer y si eso implica la apertura de esos comedores escolares pues no cabe discusión ni miramiento.

La conversación, sin embargo, iba encallando en el manido tema de la gente que se aprovecha, que incluso consiente esa situación de hambre para sus vástagos, y todo mi empeño estaba puesto en salvaguardar a los niños, en garantizar su alimentación por mucho que pueda ser reprochable la actitud de sus padres.

A veces tendemos a estandarizar los comportamientos, creer que las familias actúan siempre igual y tienden a aprovecharse de los mecanismos de solidaridad y ayuda, y yo creo que eso no es así, que hay familias de todas las clases y maneras, muchas de las cuales anteponen a cualquier otra cosa el alimento de los suyos. Claro que existen otras que no, familias con cierta desestructura que precisamente han llegado a esa situación porque nunca han encontrado o sabido buscar cierto equilibrio o porque existen circunstancias distorsionantes que no se pueden obviar. Ya he dicho que conozco casos de este tipo tras casi treinta años de docencia, que he visto el hambre y cómo mis propios compañeros de colegio y yo hemos tenido que actuar para intentar que algo así no sucediese, a veces contactando con los servicios especiales o, las más, suministrando esos desayunos de modo discrecional.

Puede que señalemos a los padres por su responsabilidad pero no podemos señalar a sus hijos, que solo son sufrientes de esas carencias, y si eso se alivia o solventa abriendo comedores escolares bienvenido sea, nunca será dinero mal gastado.

Hace algunos meses un presidente autonómico tuvo la desfachatez de decir, para no abrir los comedores escolares durante el verano, que el principal problema de los niños de su comunidad era el sobrepeso. Para muchos más de los que desearíamos lo es el hambre, una "excusa" perfecta para que abrir esos comedores escolares para quienes lo necesitan sea la obligación social que debería mover sin dudar a nuestros gobernantes, algunos de los cuales ya lo hacen afortunadamente.

Para ilustrar dejo esta viñeta de El Roto, de hoy mismo: