Nos lo debíamos. Aquel equipo de juveniles del Daimiel C.F. fuimos una piña, un conjunto de chavales que veníamos de competir en ligas infantiles y campeonatos escolares pero que, sobre todo, habíamos fraguado nuestro saber futbolístico jugando en el Parque del Carmen, las eras existentes en la periferia de Daimiel o en el campo de fútbol del Cristo de la Luz. Pertenecíamos a distintos equipos, escuelas diferentes, pero nos conocíamos muy bien.
Todos llegamos a los juveniles con mucha ilusión y por vez primera sabiendo que iba a ser difícil hacerse hueco entre tantos llamados y pocos elegidos que, además, teníamos aún por delante a una promoción de jugadores de último año a los que mirábamos con sana envidia.
Recuerdo que algunos fueron quedando por el camino, abandonando porque no veían posibilidad o porque esa nueva disciplina que íbamos descubriendo de la mano del "mister", Jesualdo Fernández Bravo, les dejaba a un lado. Y es que comenzamos a aprender lo que era disciplina, esfuerzo, trabajo, que se solapaba con esa idea de juego como diversión, y además, durante esos años fuimos creciendo a nivel personal y estableciendo una serie de relaciones que marcaron nuestras vidas, fortalecieron los afectos y nos vincularon para siempre.
Hace unos meses Paco Madrid, cómo admiraba yo de chico lo que le veía hacer con el balón, me comentó que estaría bien juntarnos un día todos los que participamos de aquellos años. No pude estar más de acuerdo, y ayer, sábado, tuvimos la oportunidad de reencontrarnos muchos de nosotros, compartir una jornada en la que, sobre todo, tuve la sensación de que no había pasado tanto tiempo, que manteníamos ese "feeling" especial como si estuviéramos viéndonos y juntándonos a diario, y eso es, deduzco, producto precisamente de todos los buenos momentos vividos y de habernos sentido un equipo en todo el valor de esa palabra.
Eché en falta a gente, claro, pero allí estaba una alineación titular y un buen banquillo, gente sana, noble, apasionada, contenta como yo de reunirnos, rememorar detalles, compartir recuerdos y regalarnos esa oportunidad. Algunos de ellos comparten muchos más momentos que yo, siguieron en el mundo de fútbol y hasta les unieron vínculos sentimentales. Sin embargos los lazos afectivos, el aprecio que siento por todos ellos, ha ido resistiendo todos estos años porque guardo aquella época adolescente como de las mejores de mi vida y ellos tuvieron un papel trascendental.
Y sí, yo era de las botas sin lustrar entonces como ahora el que más tripita aportaba al grupo, pero ya sabéis que yo era así, el único de aquella promoción que no llegó a jugar ni una vez en el Daimiel grande, ni en un puñetero amistoso, aquel delantero centro largirucho, torpe y con gol, ese que tenía mucho más entusiasmo que talento para el fútbol, el mismo entusiasmo por volvernos a juntar en este día inolvidable que hemos de repetir más adelante.
Y para ilustrar dejo captura de parte de la crónica del Manchego-3 - Daimiel-6, jugado el 18 de noviembre de 1979, en el que creo recordar que conseguí mi primer gol fuera de casa (el empate a 1):
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