Nos vamos dejando la vida en ser recordados y en recordar y por eso, cuando ya no estemos, posiblemente aún nos hayamos perpetuado en la memoria de algunas personas que nos conocieron, que nos disfrutaron o que nos padecieron. Y esos retazos, puntuales, que quedan ligados a una acción o una anécdota, serán, al final, lo que vaya quedando de nosotros.
Digo esto porque ayer, 25 de mayo, tuve la suerte de participar en dos reencuentros para mí muy emotivos. El primero de ellos, del que hablaré aquí, con los alumnos del colegio "Infante Don Felipe" de la promoción de 1988 y que celebraban el XXV aniversario de su graduación. Sí, aquellos mismos chicos y chicas a los que, en mis inicios como docente, pude dar clase en unas circunstancias especiales, porque yo llegaba al colegio donde había estudiado, hecho las prácticas y ahora tenía la ocasión de trabajar con algunos de mis maestros, y porque además lo hacíamos en el edificio del Instituto, a donde se trasladó la Segunda Etapa tras quedar inhabilitadas las aulas de Motilla.
Ni que decir tiene que para mí era especialmente importante, no sólo afrontar un trabajo con bastante poca experiencia sino hacerlo ante chavales que conocía, algunos incluso vecinos de barrio donde yo era sobre todo el hijo de Heriberto y la Paquita, el amigo de sus hermanos mayores, y porque, además, sentía que estaría bajo el escrutinio de los que habían sido mis profesores y que a partir de ese momento ya eran mis compañeros de trabajo.
Veinticinco años después allí estábamos, ellos estupendos, personas ya que han ido encontrando su sitio en el mundo, formados, capaces, felices. Yo, en lo mío, siendo ahora el maestro de sus hijos, en algunos casos, recordando aquellas clases de música o aquellas otras de educación física que dábamos, a falta de otro espacio, en la galería del antiguo Instituto Laboral, hoy Centro del Agua.
De la gran mayoría guardo el recuerdo de gestos, anécdotas, detalles que para siempre quedan vinculados a ese momento de nuestras vidas que compartimos. Supongo, en algunos casos lo sé, que, de igual manera, en muchos de ellos se alberga alguna vivencia que vinculan conmigo porque todos, al fin y al cabo, hemos ido dejando un pequeño rastro de recuerdo por donde fuimos pasando.
Yo, desde luego, quiero agradecerles sobre todo que contaran conmigo, que me hicieran sentir tan bien en su compañía, que sumara este recuerdo más de una celebración que, era notorio, habían organizado con mucha ilusión y les deparaba un día inolvidable. Casi me hicieron creer que no había pasado ese cuarto de siglo porque, en el fondo, su alegría, su complicidad, era casi idéntica que la que yo recordaba en aquellos meses en los que tuve la suerte de darles clase y en las que mi inexperiencia de entonces me hace creer que aprendí más con ellos de lo que pude enseñarles.
Gracias.
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