lunes, 29 de abril de 2013

AQUEL TORILLO (Página nº 1845)

Estos días ha colgado una foto mi buen amigo Nemesio Velázquez en facebook que me ha traído muchos recuerdos. y es que si no lo saben yo nací allende "el Torillo", donde se acababa la luz eléctrica los más de los días y el inicio del parque ya constituía una frontera mental que hasta nosotros poníamos como límite para nuestras correrías. Sobrepasar aquella caseta de los peones camineros en dirección al río era, a un tiempo, como estar en las afueras, en el extrarradio, y si por el día apenas sofocabas la intensidad de ese espacio diáfano que era el parque entreteniéndote en cualquiera de los rincones, por la noche aquella boca de lobo mal o nada iluminado disuadía de cualquier intención de adentrarse en él, hasta el punto de que allí, en la esquina del bar "Los tres hermanos" se agolpaban los padres de aquel nuevo barrio a esperar a sus hijas para que no pasasen el trago de cruzar el Paseo del Carmen ellas solas.

Quizá por ello los chavales de los "Hotelitos" conquistamos aquel parque como algo propio pero raramente salíamos de su perímetro y la calle Arenas, la carretera al fin y al cabo, ya se nos quedaba como un camino a ninguna parte. Todo lo más, en torno a la esquina de la calle Los Molinos nos parábamos a ver maniobrar las "Aisas" para meterse en aquella cochera justo enfrente.

Cuando bajábamos al pueblo, porque los vecinos de los "Hotelitos" decíamos "bajar al pueblo", lo hacíamos de la mano de nuestros padres, casi siempre en domingo y fiestas de guardar, porque de otra forma nada se nos había perdido por allí. Es más, cuando hice cuarto de E.G.B. en la escuela Piña fue cuando empecé a ir cada día al Parterre sin más compañía que mi amigo Toni y de alguna manera, sólo entonces, aquel paso transfronterizo que constituía el "Torillo" empezó a perder ese carácter de límite de facto que hasta entonces tuvo, salvo, claro, cuando aquella zona se inundaba con las lluvias hasta convertirse en una barrera infranqueable que obligaba a itinerarios alternativos mucho más incómodos.

Después, más tarde en el tiempo, vinieron las "Ciento Veinte", esa infinidad de familias que comenzaron a darle mayor trasiego al Parque, a acercarlo al pueblo, ayudando a romper esa sensación de aislamiento. Pero yo ya había crecido lo suficiente como para que aquel paseo con escasa o ninguna luz ya no tuviera secretos ni escondiera miedos, hasta el punto de que al cruzar a veces me quedaba parado, allí en medio, mirando al Lauri, bajo una mínima luz junto a la plaza de toros, hacer aquella faena a ese otro torillo imaginario, capote en mano, toreo de salón que no parecía sino detener el tiempo. Era aquel Daimiel de los sesenta y principios de los setenta otra cosa, el escenario de mi infancia que    tuvo el "Torillo" como una referencia crucial.

Y gracias a esta foto, la que dejo a continuación, he vuelto a rememorar su estampa singular y, con ello, su carga sentimental que nunca, espero, podrá abandonarme:


La foto aparece en el grupo "Daimiel en el recuerdo", de Facebook, y se debe a Nemesio Velázquez.

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