NO QUIEREN VER NI OÍR NI CAMBIAR (Página nº 1312)

Soraya Sáenz de Santamaría ha soltado una perla:

" "Siempre hay que escuchar a la calle pero desde luego hay que atender a lo que deciden las urnas y eso es venir a votar a esta Casa".

Osea, que nos quedamos como estamos, porque con un poco de jaboncillo y otro poco de palo, viene a expresar la nada.

Me pregunto yo si de verdad escuchan a la calle o prefieren tacharla de izquierdistas, desafectos o hasta, en palabras de Cospedal, conspiradores y golpistas, con su comparación con el 23-F, para seguir viviendo a espaldas de ella y que nada cambie. Porque, hasta ahora, no se ha notado absolutamente que escuchen otra cosa que las presiones alemanas y las demandas de las empresas financieras.

Tampoco tengo claro que haya que atender a lo que digan las urnas. Y no porque no crea en la democracia sino porque, a fuer de sinceros, se supone que los votos recibidos por los partidos, salvo los de incondicionales, debieran haberse obtenido en función del programa electoral y las promesas expuestas en campaña, y dado que esto no está sucediendo porque el camino es otro distinto cabe preguntarse  si tampoco escuchan las urnas, salvo que lo único que les interese a los partidos es la captura numérica del voto y lo demás sea un señuelo tramposo.

Cuando la gente acude a la convocatoria de Rodea el Congreso, e incluso quienes la respaldan sin acudir, está cuestionando un sistema que sólo parece ser cómodo para los partidos pero que hace aguas en otros muchos flancos. Y es comprensible que siendo cómodo para los partidos lo sea, especialmente, para sus políticos, y que estos defiendan su propio estatus por más que lancen guiñitos populistas que no cuelan.

Pero es que, además, y lo más grave, es querer creer que sólo se muestran críticos los que acuden o empatizan con los asistentes a esa convocatoria más o menos discutible. No, en el corazón y, sobre todo, en la mente de mucho ciudadano de cualquier condición anida ya la sensación de que esto no funciona, de que esta democracia lo es más para unos que para otros, que se democratizan los problemas pero no las soluciones y que estamos gobernados por una casta donde hace tiempo se extirpó la capacidad y el mérito.

A mucha gente ya no les vale ese juego de buenos y malos porque entiende que casi todos, por no decir todos, lo son, y los que no es porque quizá no hemos tenido oportunidad de verlos en acción. Por eso se demanda más participación ciudadana, más representatividad, más dependencia de los electos a sus electores que a los propios partidos, más listas abiertas, más democracia interna en los partidos, más oxígeno democrático para esta agonía, más cualificación de las personas que toman las decisiones y una responsabilidad penal contundente contra las malas prácticas. La gente está harta de ver siempre a los mismos en la balsa mientras el resto se ahoga.

No quieren cambiar nada, no les interesa, y han preferido descalificar cualquier intento que les mueva la silla acusándolos de irresponsables, intolerantes, agresores de la democracia y todo un rosario de descalificaciones a una parte importante de la ciudadanía que está, sobre todo, hasta los cojones de ellos y ellas, políticos todos.

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