Hoy se celebra el Día de los Abuelos, y si observan, con bastante menos ruido mediático y comercial que los dedicados al Padre o la Madre, y sin embargo, cada vez más, les hemos ido cediendo ese papel por razones laborales o simplemente prácticas al tiempo que nos desprendemos de ellos cuando todo eso cambia. Vivimos en un utilitarismo social que termina arrinconando lo que ya no nos sirve y los abuelos viven ese tobogán lamentable entregados a una hoja de servicios que desean intachable.
No se si llegaré a ser abuelo, no depende de mí, pero recuerdo a mis abuelas, pues a mis abuelos no llegué a conocerlas, y en mi infancia las visitas de toda la familia eran obligadas cada semana.
De mi abuela Cruces, una mujer algo seria, severa, casi de besos contados, recuerdo aquella tele con filtro para parecer de color, el bingo que tenía las bolas en una bolsa de tela y garbanzos para saber los números ya extraídos y las carreras por el corredor acristalado del piso de arriba. También la peseta que me daba cada vez que iba a verla.
De mi abuela Paca, mucho más cercana y cariñosa, recuerdo sus muchos besos, la libertad para movernos por aquella enorme casa y la atención que siempre nos prestaba. Y aquel ladrillo de chocolate a la taza de Suchard, con su envoltorio amarillo, que era gloria bendita
Es curioso, no recuerdo que nunca me dejaran al cargo de alguna de mis abuelas, que tuvieran que suplantar a mis padres en una sola ocasión. Los abuelos, las abuelas, eran instituciones a las que se rendían cuentas, se buscaba consejo y a las que nos dirigíamos con enorme respeto. Y las mías, viudas prematuras, siempre las conocí de luto o, pasado el tiempo, medio luto, que aún acentuaba ese respeto.
Sé que yo sería otro tipo de abuelo, si finalmente sucede, pero me gusta recordar a mis abuelas y aquella forma de entender lo que significaban.
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Recuerdo con mucho cariño a mi abuela, espero que a mi me recuerden lo mismo
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