España ha sido siempre un matriarcado encubierto, sin que se entienda en ningún momento un sentido peyorativo, pues aunque en una sociedad claramente machista en la que gobernaban los hombres el verdadero peso de la vida cargaba en las espaldas de las mujeres, madres y abuelas (remadres, que escuche definirlas una vez a estas últimas) y creo que la influencia mayor con la que cuentan la mayor parte de las personas que conozco provienen del papel estelar de la madre en sus vidas.
Las madres siempre tienen un halo de superioridad moral no tanto propio como ganado a pulso. Tenemos la certeza de que, salvo excepciones, nunca podremos querer a nuestras madres como ellas nos quieren. Nunca tendremos la seguridad de ser capaces de preocuparnos por ellas y atenderlas como lo han hecho toda la vida por nosotros. Y es más, solo empezamos a entender la esencia de esa relación cuando nosotros mismos tenemos hijos y aumenta cuando los años van pasando y empiezas a darte cuenta de que disfrutar de ella tiene fecha de caducidad a corto o medio plazo. Aún más si ya has tenido la fatalidad de perderla.
Hoy es el Día de la Madre, quizá un vestigio comercializado, porque en el fondo sabemos que el verdadero Día de la Madre es cada uno de los días porque siempre están ahí, mucho más para darnos que para pedirnos, y nos solemos pasar media vida ignorándolo por más que tengamos buenas palabras para ellas cada vez que surge la oportunidad.
Es curioso, ser madre no es una profesión aunque exija la dedicación y profesionalidad más exigente, aunque obligue a una toma de decisiones constante y su acción nos marque más que ninguna otra. Hasta tenemos la fatalidad de, en algunos periodos de nuestra vida, contemplarlas como enemigas casi en esa complicada edad adolescente porque intentan poner cordura y solo sentimos cortapisas y límites a nuestra desbocada vitalidad. O en situaciones en las que sus consejos parecen herirnos simplemente porque no concuerdan con nuestros intereses a pesar de que podamos reconocer que llevan parte o toda la razón. Ser "pepitosgrillo" de los hijos tiene mucho de desgaste pero de herida también para ellas, una forma de sufrimiento moral que terminan por asumir y naturalizar como si fuera una necesaria e irrenunciable tarea.
Una vez alguien me dijo que ser madre estaba sobrevalorado. No lo creo, no hay algo tan valioso como serlo, aunque no sea un camino de rosas y felicidad siempre. Es mucho más afortunado tener madre aunque muchas veces no nos percatemos. Tenerla, saber que está ahí, es un bien impagable que yo agradezco enormemente, cada vez más, incluso sabiendo que nunca estaré a la altura de su amor por mí.
¡Felíz Día de la Madre, todos los días!
Muchas gracias por esto tan bonito que has escrito de las madres. Es un regalo mas para mi.
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