CUANDO LA GUARDIA CIVIL FUE POCO MENOS QUE MI FAMILIA (Página nº 3298)

Hoy, 12 de octubre, entre muchas otras celebraciones la Guardia Civil festeja su día y esto me lleva a recordar que en mi primer año de trabajo, allí en Anchuras, encontré entre ellos poco menos que una familia.

Había llegado allí un 15 de septiembre, concretamente el año 1996, y debo reconocer que verme allí, en la pensión de Felipe y Lali, sin coche ni carné en ese momento, enfrentado a una realidad escolar que te supera inicialmente y aislado de todos tus conocidos por un anticuado sistema de centralitas telefónicas que dificultaba tener contacto con ellos (ni que decir que los móviles eran una quimera entonces y que para llamar debía uno coger hora y día con cierta antelación) me hizo dudar de qué pintaba yo allí hasta el punto de que, en aquellos primeros días si alguien me hubiera puesto un papel de renuncia lo hubiera firmado sin pensarlo.

Sin embargo pronto revirtió la situación con la llegada de un nuevo cabo, daimieleño él, que por un problema de espacio en la Casa Cuartel terminó alojado en aquella misma pensión y convirtiéndose en compañero casi inseparable hasta el punto de que un par de meses después compartimos una casa de alquiler. Junto a él, el resto de guardias civiles, con los que compartí cañas, comidas, conversaciones y ocio y que, en aquella soledad sobrevenida vinieron a suplir la ausencia familiar que no dejaba de sentir. Hubo más gente, claro, pero aquella gente se volcó conmigo y eso es algo que nunca se puede olvidar.

Apenas unas semanas después de mi llegada me invitaron a la celebración del 12 de octubre, eso sí con la visita de mi gente coincidiendo con ese día festivo. Creo que es la única vez que he tenido la oportunidad de participar con ellos en esa fiesta y, sin embargo, recuerdo todo el afán por hacernos sentir bien, preocupados por que disfrutáramos con ellos de ese día señalado, en aquel patio de una Casa Cuartel que, la verdad, no se encontraba en las mejores de las condiciones por su antigüedad y estado pero que nos acogía con toda la hospitalidad.

Recuerdo especialmente aquel año por ser el primero como maestro pero, también, porque me hizo conocer a mucha gente, desprenderme parcialmente de ese gran tímido que yo era y valorar la ayuda y amistad que me procuró mucha gente de aquel pequeño pueblo, especialmente aquellos guardia civiles que se constituyeron en una pequeña familia cuando más echaba a la mía en falta.

Volví dos cursos después, cuando el proyecto de campo de tiro había creado cierta brecha social que terminaría por afectar a la presencia de la guardia civil allí. La mayoría de los que yo había conocido ya no estaban pero mi relación con ellos fue tan buena como con los anteriores y aunque yo estaba más hecho, más maduro, también sentí su compañía, su amistad, como un refugio contra los momentos de soledad que a veces aparecían.

Desde entonces, la verdad, tengo estima por su trabajo, por las condiciones en las que lo desarrollaban, y no puedo olvidar el agradecimiento que sigo sintiendo por lo recibido en aquellos dos años inolvidables.

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