miércoles, 14 de enero de 2015

MADRES, MI MADRE (Página nº 2904)

Hoy mi madre cumple ochenta y cinco años. Llega con buena salud y mejor cabeza. A sus espaldas demasiadas cosas vividas, desde una guerra civil a una edad no hecha para entender estas cosas y una posguerra devastadora hasta la pérdida trágica de dos hijos y un padre, desde un matrimonio feliz al goce de unos nietos que recuperaran la luz en sus ojos. Y una memoria asombrosa para administrar todos esos recuerdos, tantos, que afloran con todo detalle en muchas de nuestras conversaciones.

Cuando eres hijo sabes que tu madre siempre está ahí. Toda mi infancia me es reconocible con su figura cerca, pendiente, mimosa, fiscalizadora, inflexible a veces y transigente otras pero midiendo cada decisión. Tengo claro que hay mucho de sus aciertos y errores en mi forma de ser, que como los sacramentos su tutela imprimió mi carácter y a ella debo más que nadie lo que soy.

En la adolescencia, como no podía ser casi de otra forma, se convirtió en mi enemiga íntima, en esa pelea que alguien de quince años debe arrostrar con sus padres y que uno aspira casi ingenuo a ganar. Y no porque fuera en especial rebelde, que no, sino por ese afán de encontrar un espacio a medida, sin intrusión, que perseguíamos a esa edad. ¡Cuántas veces me pidió echarle el aliento temerosa de que me diera al tabaco, yo que lo fumaba a escondidas desde los diez años y hasta masticábamos "pan y quesillo" para eliminar cualquier rastro de aquellos pitillos!

Luego llegó la madurez, esa renuncia mínima a seguir la tutela, cuando ya no necesitas dar demasiadas explicaciones pero siempre vuelves a tus padres cuando comienzas a dar tus propios pasos desde una mayoría de edad que no deja de asustar.

Y más tarde la independencia, esa vida propia que ya gestionas solo con tu pareja y en la que de algún modo más te alejas de ellos, menos necesidad tienes y el trabajo, los anhelos, buscan otras prioridades.

Ahora ya, desde hace algunos años, las relaciones vuelven a estrecharse, las afinidades unen y también asoman dependencias. Pero hay también más tiempo para hablar, más recuerdos que ir compartiendo, más deseo de aprovechar un tiempo común. La vida se acorta donde antes parecía ser inmensamente larga y todo nos acerca.

Cuando eres padre sabes y comprendes muchas más cosas que antes y tienes la capacidad de valorar lo mejor todo lo vivido hasta el momento. Y está ella, aún con buena salud y mejor cabeza. Cumpliendo años, los que van desde sus primeros recuerdos a los de hoy mismo cuando, alrededor de la mesa, hemos festejado su octogésimo quinto aniversario de vida.

¡Felicidades!... por tanto y tan bueno.

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2 comentarios:

  1. FELICIDADES para tu madre, que esta muy bien para su edad.

    Muy bonito lo que has escrito. Espero que se lo leas a tu madre, sera el mejor regalo.

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  2. Me ha encantado y llegado al corazón. FELICIDADES!!!!

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