En realidad está allí desde siempre, quieto, como si nada fuera con él, porque la táctica es esa, nada, dejar pasar el tiempo, esperar que el toro de los múltiples escándalos pase constantemente a su lado sin percatarse de su figura inmóvil, de esa quietud desesperante que pareciera hacerle invisible e inmune a ser derribado embistiendo su pedestal de poder.
Ni gúrteles, ni bárcenas, ni púnicas, ni sobres, ni obras pagadas en negro, ni nada de nada le hacen siquiera enarcar la ceja no vaya a ser que el toro repare en él por tan breve movimiento y la pifie después de una carrera de dontancredismo a ultranza. Y aún menos una ministra regalada y señalada por el juez Ruz como Ana Mato, todo un chollo para el inmovilista porque mientras todos la señalen ¿quién se apercibirá de la figura estática y petrificada?
Ya digo, el artista del dontancredismo político prosigue allí, sin que le alteren las cagadas de las palomas ni los vientos huracanados de la crisis, sin que le afecte la fétida corrupción que aroma su entorno más cercano ni las lluvias de críticas por su inmovilismo, sin que le haga mella el resultado de unas encuestas que cada vez le dan cifras peores.
Mariano sigue ahí, alejado de aquel impulso plasmático que tanto le reprochan, una boutade innecesaria para quien basa en la inacción y la acinesia todo su capital. Y como en la imagen, eso tampoco garantiza que salga indemne.
Lo malo de todo, sin embargo, es que lo eligieron para hacer algo más que el Don Tancredo.
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Lo malo de todo, sin embargo, es que lo eligieron para hacer algo más que el Don Tancredo.
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Ana Mato ha sido dimitida por corrupta al final, no por incompetente, no por la crisis del ébola o los recortes en sanidad. Sigue de diputada, o sea que no sale por la tele pero tiene los mismos privilegios. No iba a buscar trabajo después de 30 años en política.
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