Para alguien como yo que nació frente a la Cooperativa del Campo "La Daimieleña" la llegada de septiembre, tras la feria, se llenaba de ese olor de vendimia característico que inundaba no solo el paseo del Carmen sino las calles inmediatas a las bodegas y terminaba envolviendo al resto de accesos al núcleo urbano y conquistando los caminos y campos del municipio. Y ya no era que los carros fueran dejando un rastro de mosto sobre el asfalto, o éste se infiltrara entre los adoquines, o incluso tiñera el polvo de las calles sin pavimento, es que las ropas de los vendimiadores sobre el copete del último remolque alcanzaba a dejar su impronta de olor sobre los árboles y las fachadas, y uno sabía que la campaña de recogida llegaba a su fin cuando el olor apenas ya dejaba un aroma como de abandono.
Daimiel todo, en septiembre, era olores, racimos, cuadrillas, moltura, sabor. Miles de personas, de todas las edades, casi de sol a sol, se empleaban en una recogida siempre mirando al cielo, en un trabajo duro, intensivo, que podía garantizar los siguientes meses en una modestísima economía familiar. Y aunque el pueblo no se detenía parecía no haber más tarea en él que ese trasiego de carros y remolques y el trajín silencioso de toda esa gente doblada y laboriosa.
Los tiempos han cambiado, y mucho, no solo porque la Cooperativa haya desaparecido, sino porque casi nada es igual que entonces y el progreso nos ha traído una mecanización inconcebible en los sesenta. Apenas quedan cuadrillas, cada vez es más difícil ver remolques cargados con uvas hacia la bodega. Aún menos ver a los vendimiadores, fatigosos, ir llegando a sus casas. Y Daimiel ya no huele como olía hace dos, tres o más décadas, cuando ese aroma inconfundible lo impregnaba todo haciéndonos sabedores de que ya había madurado la preciada uva y millones de kilos aguardaban el corte y transporte de la mayor riqueza de la localidad.
No, ya no huele a vendimia, aunque las viñas daimieleñas sigan siendo tan generosas y abundantes y el mosto llega casi por igual a las bodegas. El progreso nos arrebata algunas cosas mientras nos ofrece otras nuevas igual de valiosas, pero ese olor general, tan característico, yace ahora más en la memoria que en nuestra pituitaria.
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Nota: La foto no es de Daimiel.
¡Cómo hemos cambiado!
ResponderEliminarPreciosa explicación de unos sentimientos recordados con el alma. Lo comparto con gusto. Gracias
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