Esta tarde andaba por Manzanares, con un margen de tiempo y una proximidad suficiente como para que me decidiese a acercarme a uno de los colegios de esta localidad vecina en la que estuve trabajando. No había vuelto a verlo desde que en junio de 1988 terminé aquel curso un tanto accidentado que me condujo por hasta cuatro de ellos de interinidad en interinidad. Estuve en él, mi recordado colegio "La Candelaria", apenas tres meses, pero crecieron vínculos con algunos de aquellos compañeros a los que luego volví a ver con alguna frecuencia durante la celebración del Festival de Teatro "Lazarillo", y entre ellos siempre tendré un buen recuerdo de Roberto, ya fallecido, Pepe y Vicente.
Apenas he encontrado cambios en uno de los edificios, en el que yo trabajé, y en parte es como si pudiera imaginarme en aquel pequeño corro junto a la entrada departiendo con ellos, hablando de esas cosas que compartíamos y que para alguien como yo, recién llegado, conseguía hacerme cómoda la situación nueva. Incluso viví allí una de las experiencias más fascinantes en cuanto a actividades extraescolares pues Renfe puso un tren para llevarnos a colegios de Manzanares y Tomelloso, hermanados dos centros en cada vagón, y con actividades de animación a la lectura y teatro durante el trayecto, para visitar la Feria del Libro de Madrid y encontrarnos con varios autores, entre ellos Miguel Delibes, amén de otros actos participativos. Todo venía de un trabajo previo de las bibliotecas municipales de ambas localidades y hasta nos dejaron ir pasando por grupos a la cabina del tren, donde sí era evidente esa sensación de velocidad que en otra parte del convoy no se apreciaba.
Luego he mirado a aquellas cuatro ventanas, las de arriba hacia la derecha, que fueron mi clase en ese tiempo, y me he sorprendido recordando algunos, aunque pocos, rostros de aquellos chavales que me veían supliendo a la veterana doña Loli, toda una institución en aquel colegio.
Sin embargo el otro edificio había desaparecido para dejar hueco a uno de nueva construcción, nada que ver con aquel otro, separado por una calle, y a cuyos compañeros, creo recordar que todas ellas mujeres, apenas logré conocer. Y pese a lo necesario del cambio pensé que al menos no había sido en el edificio que yo ocupé porque, en el fondo, reconozco que la desaparición de aquellos edificios con los que me une cierto sentimentalismo me hacen sentir como si una parte de mí hubiera quedado arrebatada.
Lo admito, tengo apego a la nostalgia, a regresar a los momentos mejores de mi vida, que son casi todos, y hoy, después de 24 años, me ha hecho bien volver, siquiera por saber que sigue ahí aunque ya no conozca a nadie de los que cada día lectivo llenan sus aulas.
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