martes, 30 de agosto de 2016

HACIENDO COLA EN LAS FUENTES PÚBLICAS DE DAIMIEL (Página nº 3853)

(Foto publicada en "Daimiel en el Recuerdo")


Mucha gente, hoy, hace ese gesto tan sencillo de abrir el grifo de casa y ver salir ese caudal de agua transparente sobre el fregadero o el lavabo. O llenar la bañera regulando la temperatura para que al sumergirnos creamos estar en la gloria bendita. O poner el programa de la lavadora que nos convenga en cada momento, o del lavavajillas, y dejar hacer hasta que nos devuelva ropa y menaje bien limpios. Pero no ha pasado tanto como para que muchos de nosotros conociéramos el Daimiel de las fuentes públicas de agua potable diseminadas por la localidad, las colas para llenar cántaros y garrafas y el cuidado obligado para no dilapidar la valiosa carga líquida que acarreábamos.

A mí, aunque pequeño, también me mandaban a ponerme en la cola, a enfadarme cuando alguna de las vecinas se me colaban con aquella frase tan típica de "tengo muchisma prisa y tú no tendrás na que hacer" que lo mismo les servía para esto que para las colas en las tiendas, o te decían "que la fulanita les había dado la vez" sabiendo que a tus pocos años solo te tocaría ceder y que tu madre luego te regañase por lo mucho que habías tardado. Aunque a veces nos íbamos los chiquillos del barrio y entonces, ya sí, ofrecíamos mayor resistencia a que se nos colaran.

Es verdad que, al poco, llegaron a mi barrio las obras para la conducción del agua y las acometidas a cada casa, lo que siempre se ha conocido como el agua corriente, y poco a poco la red de fuentes potables, como las de la foto, fue desapareciendo, y con ello los tinajones, los barreños y palanganas que proliferaban en todas las casas. Y eso que aquella primera red de tuberías se rompían con cierta frecuencia y, en ocasiones, daban lugar a pequeños socavones e interrumpían el suministro durante horas o, incluso días, y había que recurrir al agua de los pozos que no solían faltar en la mayoría de las casas daimieleñas.

Quizá el consumo se disparara viendo tan sencillo fluir el agua de los grifos pero, más para bien que para mal, ere arreón de modernidad dejó para siempre las fuentes públicas en el olvido y mejoró, claramente, algunos de nuestros hábitos higiénicos. Creo que hacia finales de los sesenta desapareció de mi barrio aquella fuente situada en la calle Doctor López de Coca.


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