Ya conocen la noticia: J.Z., un ciudadano chino y residente en Daimiel ha sido detenido por el almacén y venta de productos falsificados de la marca "Desigual", algo que se produce por ese culto a la marca que tenemos los ciudadanos de a pie que nos ha convertido en rehenes de sus productos y que, desde luego, ha convertido la falsificación en un negocio muy productivo.
Nos hemos vuelto tonticos con las marcas. El ejemplo es claro porque, pregunto, ¿alguien cree que iba a comprar en un bazar chino productos originales de "Desigual"? Evidentemente no, formaba parte de ese postureo de acceso imaginario a marcas conocidas sabiendo que, en realidad, adquiríamos un producto falso pero que, posiblemente, podía dar el pego, y como hay otros más listos y sinvergüenzas que ven el nicho de negocio en este querer y no poder pues a él se lanzan para forrarse con la tontería ciudadana.
Hubo una época en la que comprar algo de marca implicaba calidad pero no ostentación. Me explico, la marca y otros detalles lucían con cierta discreción. Pero los propios fabricantes descubrieron que la calidad era algo que se daba por descontado pero que tomaba más cuerpo que los demás vieran claramente ese acceso al nivel adquisitivo superior y comenzaron a colocar su marca de la forma más llamativa y aparatosa, y encima les pagábamos un pastón por hacerles publicidad, que ya era la repera, convirtíendonos en hombres y mujeres anuncio a costa de nuestros bolsillos. La estupidez humana es lo que tiene, siempre hay quien sabe utilizarnos a su conveniencia.
Y entonces, claro, surgió el gran negocio de la falsificación, para que cualquiera llevase unos Calvin Klein falsos, un Lacoste falso, unas Nike falsas, un Loewe falso, unas Ray-Ban falsas, un Chanel falso, un Rolex falso y toda una panoplia de productos más falsos que un billete de tres euros, sabiendo que todo ese despliegue de marcas era un catálogo de falsificaciones más o menos burdas que alimentaban el delito.
Sí, porque las marcas provocaron la falsificación de la que se quejan gracias a los excesivos precios de productos sobrevalorados y de nuevo, los ciudadanos, picando en la tontería, se convirtieron no en víctimas sino en colaboradores necesarios de este fraude que, como todo fraude, termina perjudicándonos a todos.
De vez en cuando pillarán a un J.Z. cualquiera, en Daimiel o en otros muchos sitios, porque al final del negocio están ellos, los que venden en mantas, en bazares, en ferias. Pero eso no detendrá el negocio de la falsificación porque muchísima gente aspira a la tontería de aparentar lo que no tiene, de llevar a la impostura calzada y vestida en ellos mismos, con la marca cuanto más grande mejor.
No somos más tontos porque no entrenamos. Y mientras algunos se frotan las manos con nuestra gilipollez.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario