Si dependiera de mí jamás pondría a una calle el nombre de un político, fuera del perfil que fuera, abanderase la ideología que quisiera, porque, indefectiblemente, ese nombre estaría condenado a ser cambiado según el viento político que en cada momento soplase y siempre, en cualquier caso, sería discutido y discutible.
Siempre pongo como ejemplo el callejero de Oropesa, en Toledo, cuyas piezas de cerámica recogen el nombre actual de la calle o plaza, el que tuvo durante la Dictadura y el que recibió durante la II República, en ese intento que siempre tuvieron los regímenes de apoderarse de la nomenclatura de las vías públicas.
Ahora ha sucedido con Zerolo, o con ese listado de calles que apareció en prensa para eliminar nombres ligados al franquismo en Madrid capital. Tan fácil de evitar como hubiera sido no poner los nombres de ninguno de ellos y haber tenido algo más de ingenio para nominar los espacios públicos con aquellos nombres menos susceptibles de discusión y polémica.
Aquí, en Daimiel, hemos pasado de la Plaza de la Constitución a la Plaza de la República, y de ésta a la Plaza del Generalísimo, y finalmente a Plaza de España. Los daimieleños, más listos, la llaman sencillamente "la Plaza", como llaman "Parterre" al que fuera Parterre de María Cristina y luego Parterre de la Libertad según régimen hasta, esta vez sí, perder cualquier apellido de inspiración política.
Yo lo siento, pero el legado político queda en sus aportaciones y sobran en el callejero.
Prefiero, y es solo mi opinión, que las calles llevasen nombres de las obras más significativas de la literatura castellana, por ejemplo. El callejero sonaría mucho mejor con calles como las de "Las luces y las sombras", "Viaje a la Alcarria", "Tiempo de Silencio", "Luces de Bohemia", "El árbol de la Ciencia", "Yerma", "Campos de Castilla", "Cien años de soledad", "Rayuela", "Cinco horas con Mario", "La Regenta", "Niebla", "Olvidado Rey Gudú" o "Veinte poemas de amor y una canción desesperada". Y nadie discutiría la calidad y merecimiento de dichas obras como hitos de nuestra cultura y hasta estoy seguro de que atraería la curiosidad de gentes y medios sobre Daimiel por la particularidad de ese callejero.
Pero bueno, las calles se seguirán llenando de nombres de políticos por ese deseo de inmortalidad patética que ellos mismos tienen, como el de aquel alcalde de Fuente el Fresno de hace un par de décadas que no encontró mejor nombre para ponerle a una plaza que el propio suyo.
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Los gozos y las sombras sería un nombre bonito de calle donde vivir o fíjate, me conformaría con que se llamase calle de Gonzalo Torrente Ballester o mismamente calle de José Luis Sampedro. Dónde va a parar!
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