viernes, 19 de julio de 2013

VERANOS DAIMIELEÑOS DE INFANCIA (Página nº 2022)

Recuerdo los veranos de mi infancia como tórridos, de un calor que casi nunca he vuelto a sentir aunque seguramente no sean tan diferentes a los de ahora. Veranos de calle, porque los chavales conquistábamos ese espacio desde muy temprano y lo dábamos por acabado ya pasada la medianoche, cuando las tertulias habituales de los vecinos, buscando el respiro del aire nocturno, daban a su fin y nos llamaban. Eso sí, nunca, jamás, podíamos salir durante la siesta, cuando la calle nos estaba vetada y tocaba hacerla sí o sí.

Cierto es que el calor no nos intimidaba porque de chavales casi nada es importante y no íbamos a renunciar a jugar, trepar a los árboles, montar en bicicleta u organizar nuestros propios juegos olímpicos con medallas de cartón por unos grados de más. Y siempre cabía la opción de meterse en la reguera que traía agua desde Los Pozos a las huertas que bordeaban el barrio o esperar a que Ángel el pintor, padre de algunos de la cuadrilla, sacara la goma de riego y nos montara aquel parque acuático singular donde peleábamos por ese chorro de agua fría consoladora. Incluso, con menos edad, las calderetas eran ese sustitutivo de las piscinas inflables que presidían entonces los patios de las casas.

La vida era muy sencilla entonces pero los días daban enormemente de sí en una barriada llena de niños como la mía donde todos los juegos terminaban por ser jugados y hasta se inventaban otros que siempre se desarrollaban al aire, sobre una calle que era nuestra y en la que todos cuidábamos de todos.



Tras la siesta, iniciada casi siempre poniendo al sol, sobre una hoja de periódico, las pipas de melón a secar para recogerlas tras el sueño o la vigilia juguetona, volvíamos a reunirnos armados con el pan y chocolate y dispuestos a agotar al sol con nuestra energía. Y a fe que podíamos con él porque tras la breve cena nosotros nos adentrábamos en esa noche verano corriendo de un lado a otro, saltando parcillas, coronando árboles, escudriñando cualquier rincón para escondernos, abarcando la calle jugando a la paella, el sanjuán, el dao de cadena, las veinticinco, en ese bullebulle formidable que montaba la chiquillería bajo la luz de las estrellas.

Las terrazas de las casas en el barrio de los Hotelitos, en tanto, eran grupos de vecinos en plena tertulia, cuando la vecindad era otra cosa y las buenas relaciones entre todos nos convertían en una gran familia. Un barrio incontestablemente joven, dinámico, feliz, un paraíso para la niñez que tenía en esos veranos tórridos su esplendor, y donde la memoria fue cargando de gratos recuerdos de aquellos días parte de su botín.

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3 comentarios:

  1. Uno de los recuerdos que tengo de aquellos veranos era la tan agradecida GUADA, que iba por las calles regando a su paso y que los niños agradecíamos como si de un evento especial se tratara... que años!!!

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  2. y la GUADA??? que venía a regarnos y refrescanos las calles?? no lo recordais?

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    1. Si la recuerdo. Sobre todo por casa de mi abuela, en la calle Prim. Algunas veces jugábamos a intentar saltar por encima del agua que expulsaba lateralmente y otras a empaparnos buscando el frescor.

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