Esta frase humorística me la decía un compañero, hace unos días, a la vuelta de las vacaciones.
¿Humorística?
Seguramente no tanto. Lo vemos en la situación política, ese ombliguismo inmovilista que nos aleja de cualquier intento común de sacar la situación adelante. Si los ciudadanos quisieran que por una vez se fijaran unas cuestiones básicas para tratar de sacar esto adelante la realidad nos devuelve más de lo mismo, ese yoísmo de cada cual antepuesto a los intereses generales.
Pero ¿por qué nos extrañamos? Vivimos en una sociedad claramente egocéntrica, una renuncia al bien común como objetivo principal subordinada a la visión egoísta de cada cual. No funcionamos como sociedad, en general, porque no sentimos que la sociedad sea lo prioritario y medimos siempre en función de los intereses propios sin entender que avanzamos cuando anteponemos los intereses que nos unen y vertebran.
Lo veo constantemente. Se gobierna desde un sesgo, se orilla siempre a una parte de la sociedad, y ha calado tanto que hasta creemos falsamente que debe ser así, que ganar unas elecciones legitima para beneficiar a unos sobre otros, para recompensar a los votantes y desatender a los perdedores y que la suerte de unos y otros pasa porque ganen los propios, algo que en un sistema bipartidista estaba incluso asumido.
De ese modo nos hemos vuelto una sociedad descompuesta, mentalmente sectaria, profundamente insolidaria. No me refiero a esa solidaridad de ayuda, colaboración económica o de voluntariado referida a la pobreza, la enfermedad, etc..., claro, sino a esa otra solidaria que entiende que la sociedad tiene diferencias pero debe trabajar en mecanismos que las reduzcan y que a todos nos hace co-responsables de los demás, algo que no debiera ser de izquierdas ni de derechas sino de responsabilidad.
Pero todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Y no hace ni puñetera gracia.
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