Hace tiempo que no nos importan las verdades, que filtramos en función de quienes las digan, como si lo verdaderamente importante fuera la autoría y no la verdad en sí. Hemos sucumbido a los prejuicios y por eso preferimos las etiquetas, creer que de algunos no puede venir nada bueno y que de otros todo es absolutamente estupendo. Llegados a ese punto solo faltaría posicionarse y luego filtrar desde ese posicionamiento, buscando una certeza que solo es una muestra más de la pereza por pensar, por analizar, por cuestionarse las cosas.
Sí, porque nos hemos vuelto vagos para el análisis, el razonamiento, la pausa para pensar. Es más sencillo ver la realidad en esta fórmula necia de atribuir las virtudes unívocas al grupo en el que nos sentimos próximos ideológicamente (y no hablo solo desde el punto de vista político) y en correspondencia focalizar todos los males a los grupos opuestos a esa forma nuestra de pensar. Es decir, someternos a una ortodoxia que, como primera consecuencia, nos autocensura para acomodar el pensamiento propio a la corriente que nos integra, y después nos sume en la galbana, la apatía, la holgazanería intelectual: ¡qué piensen ellos!
Cuando llegas a esa posición despersonalizada, iterativa, ya convertido en simple voceras de lo que debes pensar y decir, todos son el enemigo y las verdades, que siempre están repartidas, solo son válidas cuando provienen de los nuestros. En otro caso merecen desprecio, por más que objetivamente les pueda asistir toda la razón.
Viene esto al hilo del tuit de Cayetana Álvarez de Toledo y su posterior columna donde determina que son tontos cuantos no piensen como ella, en tanto que ni cuestiona la inteligencia o estupidez de quienes respaldan lo que dice. No es el único caso ni estamos exentos de ello todo el mundo pero sirve, por actual, como paradigma de esta forma de contemplar la vida, donde solo cabe alinearse, establecer los bandos y lanzarse a la descalificación indiscriminada.
Ella se ampara en una ironía que los tontos, ninguno de los múltiples tontos, han entendido. Cayetana, como su hija, tienen todo el derecho a que no les guste la Cabalgata de Reyes de Madrid, hasta puede que tengan toda la razón del mundo sobre los mandilones reales. Pero escribir en el twitter es una elección personal y creer que mientras ella le da un uso inteligente presupone que quien discrepe es solo un tonto que no lo sabe utilizar ya es otra cosa bien distinta porque entra en ese concepto de que la verdad. como la inteligencia, solo están de su lado y eso es pura pereza intelectual, algo alejado de la verdadera inteligencia. Claro que habrá tontos tras los comentarios, los críticos y los favorables, tontos que solo repiten las tonterías para sentirse integrados, pero también hay irónicos al otro lado, y gente que expresa sus verdades más importantes por lo que se dice que atendiendo a quienes las dicen. Y entender que la estupidez no solo está de un lado es la primera muestra de inteligencia que a Cayetana se le ha echado en falta.
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Twitter es sede de lo mejor de internet (en capacidad de síntesis y originalidad) pero también está plagado de bots y falsas cuentas. No debería estar tan descontenta con la red social del pajarito cuando twitteaba todo hasta lo que su hija le decía...
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