Mi suegro, que solía tener buen ojo para la gente, los clasificaba en dos grandes grupos. Uno, a los que llamaba "gente de peso", personas que él estimaba fiables, competentes, de palabra, resolutivos y que dominaban su campo. Otro, el resto, donde predominaban los chichiribailas, los cantamañanas y los mindundis, amén de otra gente digamos que honesta y normal.
Me he vuelto a acordar de él con el tema de las tarjetas opacas de Cajamadrid, luego Bankia. En la nómina de esos beneficiarios se encontraban supuestamente élites intelectuales y personajes muy bien posicionados en sus partidos, en sus sindicatos, entre el empresariado y hasta de confianza de la corona. Gente para unos puestos que el sentido común indicaría que habrían de ser "gente de peso", demasiado bien remunerados pero a lo mejor justificable por su preparación para el cargo, aunque ahora sepamos que no, que desde un inspector de hacienda sin experiencia alguna elevado a presidente de una de las más importantes entidades financieras solo por su calidad de buen amigo del presidente del Gobierno del momento, al concejal, representante sindical o de la confederación empresarial que se veía agraciado por la lotería generosa del reparto, la mayoría de ellos eran de una inutilidad absoluta para controlar y fiscalizar la entidad convertida en instrumento político de quien mandaba en cada momento, por cierto, como en muchas otras cajas.
No solo no era gente de peso sino que raudos aprovechaban todo lo que les llegaba del cargo sin plantearse ni la ética, ni la estética ni la legalidad de regalos, tarjetas con ingresos no declarados y todo lo que escurriese el puestecito de marras. Decía ayer Leguina, casi excusándolos, que es muy difícil resistirse al caramelito, pero ahí justo es donde debe mostrarse la dignidad, la honradez, la integridad, como al parecer hicieron cuatro. Hoy leo una columna en el Digital de Castilla-La Mancha donde, acertadamente, se critica que en el acervo popular estos cuatros sean tratados poco menos que de "cuatro gilipollas" por no aprovecharse, seguramente porque henos dado con un país que ya no cree en la gente de peso, en la gente honrada e íntegra, y supone que cualquiera hubiera corrido a El Corte Inglés, a la joyería de turno, la marisquería y hasta al dentista a pasar la tarjetilla hasta que echara humo y fundiera el tope establecido. Quizá este sea el gran fracaso, creer normal eso, pensar que todos harían lo mismo, en un país que lleva décadas, siglos, a lomos de las diversas corrupciones y se prefiere llamar listo al sinvergüenza y presuntos a todo el hatajo de ladrones que han tachonado la historia de estas tierras.
Cada vez hay menos gente de peso, al menos donde debieran estar la mayoría de gente de peso. Esa gente honesta, de calidad, competente, fiable, preparada se echa en falta más que nunca, gente que sabría reconocer sus errores graves y apartarse, gente que sin embargo podría irse dignamente sabiendo que mientras las decisiones dependían de ellos se ha hecho todo lo posible para acercarse a lo justo, lo legal, lo razonable y lo bueno para la mayoría de los ciudadanos. Y mientras la promoción personal, política o no, se deba a esa carrera lameculista, trepadora, correveidile y proselitista, a ese afán gregario y adulador, la mediocridad seguirá apoderándose de las decisiones y la vida estará gobernada por mindundis, chichiribailas y cantamañanas mientras la gente de peso saldrá huyendo como del demonio de toda esa chusma abominable.
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Siento contradecirte, para tu suegro la gente de peso sería de una forma, pero no te has puesto a pensar que para los demás no será la gente de peso la misma que la de tu suegro.
ResponderEliminarCada uno vemos las virtudes y los defectos de los demas de una manera distinta ya que cada uno tenemos una opinión, sin saber cual es la mejor o la menos mala.
O si no mira cuando llegan unas elecciones, ya sean locales, regionales, etc, cada uno vota al que piensa que es gente de peso, y no por ello los demas han o hemos de estas equivocado.
¿quien está en lo cierto o en el error?
Tambien criticamos a los que se quedan por no denominarlo de otra manera con el dinero público, pero si nos pusieran a nosotros en estos puestos, ya se vería lo que haría cada uno.
Y a los hechos me remito, cuando la gente que teniamos por honesta, la gente de "peso", han abusado del cargo que ocupan.
Librame de las aguas mansas, que de las bravas ya me libraré yo
Quizá es que yo tengo la certeza absoluta de que no lo haría y tú dudas de ti mismo. Integridad.
EliminarLa gente de peso es gente de peso y otra cosa es que tú o yo nos equivoquemos en considerar gente de peso a quien no lo es y tomemos por mindundis a quienes son gente de peso, pero lo que es evidente es que gente de peso es la que describo, gente honesta, fiable, responsable, competentes, de palabra que dominan su parcela. Ya he dicho que mi suegro tenía buen ojo, no que acertara siempre, pero desde luego su idea es bastante más acertada que la que pareces expresar tú, de gente que caería en la tentación en cuanto tuviera ocasión. Yo me quedo con esos "cuatro gilipollas" que no usaron la tarjeta antes que con exministros, economistas, asesores reales, sindicalistas de cuello blanco y toda esa morralla choriza que nos desvela la investigación.
Según éste todos somos corruptos pero no nos dejan serlo, solo los que tienen la desgracia que les caiga un cargo o un puesto donde chupar y robar. Qué concepto, creer que porque uno sería un chorizo perfecto todos lo serían también. Menos mal que hay gente honesta de verdad
ResponderEliminarEs la forma de pensar para volver a votar a los corruptos, para justificar dicho apego a lo peor de la sociedad y seguir apoyándolos. Si digo que todo somos corrupto puedo votar a los míos ya que todos parten con el mismo defecto. Lo cual es totalmente incierto pero para algunos es mas fácil pensar así que buscar alternativas.
EliminarTu suegro era un hombre de peso,
ResponderEliminar¡Gracias por recordar lo que te decia!