Nos sorprende Gallardón afirmando que pretende reducir el número de de aforados, casi la población de Daimiel, a poco más de una veintena. Y uno siente la necesidad de querer creerlo, más que nada porque sería lo único bueno y salvable de su gestión frente al Ministerio de Justicia, aunque en el fondo ya sospecha que no caerá esa breva.
Estos anuncios, así de sopetón, tienen el efecto de hacer mojarse a los afectados y ya por eso es bueno. Ni algún presidente autonómico ni algún portavoz de asociaciones de jueces perdieron la ocasión de opinar en contra de que a ellos les quiten esta figura del aforamiento, lo que recuerda lo sucedido con la reforma de las entidades locales que en el inicio fue una cosa y al final, con todo el gallinero removido, terminó por ser un descafeinado cambio. La acogida, por supuesto, a esa intención formulada por Gallardón, ha sido la esperable, que los afectados pongan cierto grito en el cielo y que los partidos, tan desprestigiados ya ante la opinión pública y por no aumentar el descrédito, hayan dicho con la boca pequeña que estarían dispuestos a tratar el asunto aunque mostrando poca convicción.
¿Y por qué digo que no caerá esa breva e, incluso, que Gallardón lanza el tema sabiendo que no va a prosperar, seguramente, y quizá por otros intereses no confesados? Básicamente porque modificar Constitución, Estatutos de Autonomía y hasta leyes orgánicas para quitarse los políticos un "privilegio" a sí mismos me parece tarea tan titánica y complicada que al final se quedará poco menos que como estaba y salvo Gallardón, que quedará como el que lo intentó y los demás no le dejaron, nadie más sacará nada de este arrebato supuestamente regeneracionista.
Hay países donde no hay ni un solo aforado, y son democracias de largo recorrido. Puede que ese fuera el modelo a seguir, el que muchos ciudadanos desean, pero en España desandar caminos, deshacer el trayecto que nos ha llevado a esos casi 18.000 aforados reconocidos terminará siendo casi imposible porque políticos y jueces, sus beneficiarios, lo irán dinamitando con sus presiones hasta anularlo o convertirlo en otra cosa mucho menos ambiciosa e insuficiente.
Ya lo digo, me lo quiero creer, tengo el deseo de creerlo, pero en realidad no hay quien se lo crea de verdad. ¡Al tiempo!
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