Cuando las democracias menguan se abren hueco las ultraderechas y las ultraizquierdas. La fortaleza del sistema político tiene un buen termómetro de su calidad ahí y por eso, en cuanto pierde fuelle, se le abren las costuras, carece de fortaleza, es más fácil que sea aprovechado por estos grupos marginales para hacerse presentes.
Lo estamos viendo en otras democracias pero también en la nuestra. Si en Italia o Grecia han surgido partidos radicales en España ya está el caldo de cultivo necesario para que algunos se postulen como salvadores de la patria.
Pero lo preocupante no es que aparezcan esos ramalazos sino que partidos democráticos ya alberguen a este tipo de individuos a los que se les hace el culo gaseosa posando ante símbolos de otra época o con gestos lamentables y sin que merezca otra cosa que la condescendencia de sus dirigentes.
Da lo mismo que la escoria ideológica provenga de un lado u otro porque ya no merece la pena otra cosa que el desprecio y la desautorización. Pero lo malo es que la medicina más eficaz es el fortalecimiento de la democracia real y aquí, entre todos, se la están cargando. Y como reza el dicho, al perro flaco todo se le vuelven pulgas.
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