viernes, 2 de octubre de 2015

EL DERECHO A UNA MUERTE DIGNA (Página nº 3286)

Siempre he creído en esa capacidad que las personas tienen de suplantar la realidad con explicaciones que, de otro modo, no parecen tener respuesta. Ese concepto mítico es una forma de seguridad aunque un territorio ciertamente movedizo y que ha dado lugar a todo tipo de elucubraciones capaces de salvaguardar ese seguridad de la que hablo en las personas aunque a costa de no someterlas demasiado a escrutinio. Sin embargo la ciencia, el conocimiento, han ido acotando cada vez más esa vasta extensión desmitificando, desmontando, descomponiendo, muchos de los viejas creencias arcanas y obligando a cuestionarnos la verdad desde una realidad empírica, razonada, demostrable. Y cuanto más crece la ciencia, el análisis, la búsqueda de respuestas racionales el espacio creativo de respuestas se va menguando.

Yo no puedo sustraerme a ese avance científico, a la búsqueda racional del por qué de las cosas, incluso cuando pone en peligro ese otro terreno de lo espiritual y lo simbólico que, respetando a los demás, apenas ya poseo. Y entiendo que esos avances nos mejoran, dar mejor respuesta a lo que nos rodea y permiten progresar hacia un futuro más humanista, sí, además de mucho más coherente.

En este punto quiero abordar el tema de la eutanasia, o más bien, el derecho a elegir una muerte digna. Es evidente que estoy a favor de esa elección, a tener en mis manos la capacidad de decidir sobre mi vida por encima de deudas morales o religiosas, simplemente atendiendo a una realidad que se corresponde con datos médicos, perfectamente medibles, y que hablan del deterioro, el dolor, la irreversibilidad de procesos vitales.

Nos han dicho muchas veces que pretendemos jugar a ser dioses si queremos tomar una decisión así, ¿qué dioses?, ¿aquellos mismos cuyos designios nos son incomprensibles muchas de las veces y para los que solo nos demandan fe, comprensión y resignación? ¿O "dioses" perfectamente humanos que se niegan a prolongar una situación ya imposible y pretenden que el dolor, la agonía y el sufrimiento no puedan extenderse en el tiempo?

Puedo entender que las personas con profundas creencias espirituales opten por agarrarse a una posibilidad de milagro, que en el fondo quieran entender que toda decisión les es ajena y encomendarse a ese algo que tratan de imaginar desde el fondo de sus corazones y su fe, pero no quiero que ellos decidan sobre mi vida ni sobre mí, no quiero que una sociedad me imponga una decisión que es mía o de los míos, como no quisiera imponer la eutanasia como un modelo incuestionable y obligado. Quiero poder elegir sin que las "seguridades" o "prejuicios" de otros recaigan sobre mi vida.

Es curioso, desde ese punto de vista espiritual, religioso, hemos ido aceptando avances que, digamos, hace siglos torcerían la voluntad de los dioses. La religión se ha ido doblegando a la ciencia en favor de la vida y así transfusiones, transplantes, etc... han sido aceptados a pesar de que mucho tiempo atrás, siglos, fueran objeto de escándalo, persecución, juicios sumarios por brujería. Si lo pensamos desde aquel prisma una transfusión, un transplante, una operación, eran formas de torcer la voluntad de esas deidades omnímodas a cuyos designios debíamos entregarnos por completo. Pues bien, si lo hemos hecho por la vida, si hemos sido capaces de asumir para la vida toda esa serie de progresos, ¿por qué nos hemos olvidado de la muerte para otorgarle la dignidad necesaria a quien quiere dejarla, voluntariamente o a través de sus progenitores, cuando su situación ya es irreversible y nada justifica prolongar esa situación?, ¿y por qué seguimos dejando que sean los dilemas morales quienes pesen en tamaña decisión cuando la ciencia nos está hablando de que ya no hay nada que hacer?

Insisto, respeto las decisiones y creencias de quienes estén convencidos de que ellos no tomarían una decisión así pero reivindico el derecho a un marco legal que permita mi propia decisión y la de los míos. O los de los padres de Andrea, esa pequeña de 12 años que ha vuelto a poner en la actualidad, como en otras ocasiones, la eutanasia y el necesario derecho a tener una muerte digna.



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4 comentarios:

  1. Valiente has estado en dar tu opinión, pues es uno de los temas que crean gran controversia. Aquí estoy de acuerdo contigo. El principal problema es la dualidad jurídica y moral que nos encontramos en esta situación, pues por un lado en el artículo 3 de la declaración de DDHH nos muestra que toda persona tiene derecho a la vida, pero moralmente si no hay solución ni evidencias de mejora todos creemos que lo mejor es evitar el sufrimiento a cualquier persona y todo lo que ello conlleva detrás.
    Mdz

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  2. Podemos ir pensando en hacer el testamento vital. Así esa decisión será nuestra.
    Pero en el caso de estos padres.. Qué duro ha de ser pedirlo para su hija, además haciéndolo públicamente.

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  3. http://cadenaser.com/emisora/2015/10/05/radio_galicia/1444061823_772176.html

    ya va cambiando algo

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